martes, 18 de noviembre de 2014


En la pasada sesión del día 5 recibimos un fragmento del cuento ''El Guardagujas'' de Juan José Arreola. Lo leímos y Cristina nos propuso un ejercicio que trataba de escribir un final al fragmento de dicho relato:

-Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?

-Yo, señor, sólo soy guardagujas. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquí de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca,
ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias. Sé que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea de F., cuyo origen le he referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren reciben órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones, generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un determinado lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres: "Quince minutos para que admiren ustedes la gruta tal o cual", dice amablemente el conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren escapa a todo vapor.

-¿Y los viajeros?

Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero acaban por congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales suficientes. Allí se abandonan lores selectos, de gente joven, y sobre todo con mujeres abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un pintoresco lugar desconocido, en compañía de una muchachita?

El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de picardía. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un brinco, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.

-¿Es el tren? -preguntó el forastero.

El anciano echó a correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuvo a cierta distancia, se volvió para gritar:
-¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice que se llama?

-¡X! -contestó el viajero.

En ese momento el viejecillo se disolvió en la clara mañana. Pero el punto rojo de la linterna siguió corriendo y saltando entre los rieles, imprudente, al encuentro del tren.

Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento



Este es el final que escribí para el fragmento, lo titulé: ''Un viaje sin rumbo'':

Cuando a lo lejos observó la sombra de la locomotora que avanzaba entre los últimos despuntes del atardecer tomó su sombrero y se dirigió sin más dilación a alcanzarlo. Del ruidoso trenecillo escapaban gritos de vapor y chispas provenientes del tremendo frenazo. En la estación no había nadie más que él. A lo lejos se vislumbraban nebulosas que impedían ver aún forzando la vista lo que se hallaba en el horizonte. La puerta de uno de los vagones se abrió de par en par: 

  • ¡Pasajeros al tren! Advirtió un hombrecillo de aspecto pequeño pero con serios rasgos de general, quizás con un poco cara de mala saña. Pero no quiso juzgar el libro por su portada. 
  • Oiga buen hombre, ¿es este el tren que va a X? 
  • Es este sí, y el que no lleva destino fijo también. 
  • Se contradice usted, ¿cómo no va a llevar destino fijo si me afirma que es el que llega a X? Si no es así no subiré. 
  • Escuche, ¿Quiere usted realmente ir a X? Parece no estar muy seguro. Si usted quiere ir a X el tren parará allí, si en el trayecto decide ir a otro lugar este le llevará a otro lugar. ¿Sube usted? Nos demoramos mucho en la partida. 
  • ¡Claro que lo tengo claro, y por supuesto que subo! 

El hombrecillo le picó el billete y le ayudó amablemente a colocar su equipaje y pertenencias. El tren estaba completamente vacío. Observaba curioso todos los rincones buscando pasajeros, pero sólo contaba con la compañía del hombrecillo, que se percató de su anhelo por encontrar a otros viajeros y se sentó frente a él. 

  • No busque, estamos usted yo y el maquinista 
  • ¿Y esto es normal aquí? 
  • Si, además nadie sube a este tren en esta parada, es usted un valiente. 
  • ¿Porque? 
  • Verá, circula de hace décadas la leyenda de la parada al destino, aquel que suba a este tren sin destino fijo, sin tener claro dónde va, queda a la suerte de en el mejor de los casos ser conducido hasta el destino que el tren elija y en el peor puede acabar condenado a viajar incesantemente el resto de su vida por cada parada.  Tiene que tener usted muy claro su destino. 

La mirada azul del hombrecillo se clavó desafiante en los ojos del viajero, soltó una carcajada y ante el asombro del viajero se levantó y se alejó entre los pasillos. Asustado observaba por la ventana, ahora se sentía algo indeciso ¿Y si X no era el destino que le deparaba su vida? ¿Y si había otro lugar más acorde en el mundo para él? 

En el viejo y desgatado cristal del vagón apareció el reflejo de un hombre vestido en chaquetón negro y llevando sobre su cabeza un sombrero, el viajero dubitativo miraba al techo, no se percató de su presencia. 

Tocaron su hombro por detrás, se giró y contempló al maquinista que le sonreía y le dijo: Usted ya ha elegido, como yo en su día. El tren no puede ser dirigido por mí a X. Él ya sabe adónde va, usted sabe su destino. El viajero sonrió y una lágrimas de alivio escaparon lentamente desde sus ojos.


Pluma de Pintura.

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