jueves, 5 de marzo de 2015


Relato inspirado en el corto de Eduardo Suazo: ''La mendiga y las bolsas''


                                     LAS HOJAS DE LOS SUEÑOS 



Se apagaba, se desvanecía su existencia como una frágil hoja de otoño pendiente de un hilo en el árbol de la vida. Lo sabía, por ello ahora la valoraba más paradójicamente y trataba de disfrutar los pocos días que le quedaban en la medida de lo posible. En la monotonía de limpiar los desperdicios de la ciudad un día tras otro se hallaba feliz con motivo de cumplir una serie de objetivos. El mejor momento de la mañana venía cuando le tocaba hacerse el parque del centro. Siempre pensaba para sí que barrer hojas era una insensatez, pues en su conjunto conformaban una alfombra de belleza natural exquisita en armonía con el hermoso paisaje. Sin embargo, había de hacerlo, era su trabajo; aún así, no las tiraba al cubo menospreciando su valiosa beldad dorada, si no que las almacenaba rigurosamente en otras bolsas para coleccionarlas; una idea que había arraigado en su cabeza hacía dos semanas.

Al llegar a casa, cargado con su bolsa de hojas, las sacaba una a una y descargando una tremenda ilusión de su corazón pintaba en ellas ilustraciones de los sueños que le gustaría cumplir antes de partir: Viajar a París, ver amanecer en la costa, escapar de la urbe y vivir en la tranquilidad del campo, bailar bajo la lluvia, comprarse una bici de paseo azul… entre otros. Una vez pintadas las volvía a guardar en su respectiva bolsa y cenaba con desgana por las hormigas que recorrían su estómago en el matiz de la impaciencia y se retiraba a consultar con la almohada. Concluía así su jornada.

Una mañana cualquiera, conoció a una mendiga. Haberla visto rebuscando efusivamente en el fondo de la papelera removió su conciencia y quiso hacer algo por ella. Al día siguiente le regaló hojas con los sueños pintados que al hombre le gustaría que cumpliese y así fue desde entonces. Ella aceptaba siempre agradecida las bolsas repletas de coloridas hojas con bonitas pinturas.

8 de diciembre. En su último día estimado de vida marchó decidido con su bolsa de hojas hacia el parque del centro. Al llegar allí encontró a su amiga y le entregó una nueva bolsa, se acercó más a ella que lo miraba sonriente y besó su frente sin ningún tipo de escrúpulo por la suciedad de su piel. Seguidamente le entregó una pequeña carta y pidiéndole que no la leyera hasta el día siguiente se marchó.

9 de diciembre. A la misma hora en el banco del parque aguardaba la llegada de su único amigo la mendiga. Durante horas esperó, pero no apareció; entonces, leyó la nota:

Querida amiga, he cumplido tus sueños, ahora te pido que cumplas tú por mí los míos. Hasta siempre. Te quiero.

Abrió la bolsa que le había dado y vio la colección de hojas del hombre. Una lágrima que había estado retenida en el mar de sentimientos se abrió paso desde sus entrañas. Triste y amarga pero alegre, dulce y salada a la vez.

El barrendero le había legado toda su vida, su oficio, sus pertenencias y también sus sueños. Se acercó un día a su lápida, la acarició suavemente, esbozó ella una sonrisa y una hoja otoñal se posó sobre la tumba. 




Pluma de pintura.

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