domingo, 18 de agosto de 2013

Agradables desconocidos ''La mujer de los perritos''


La nostalgia invadía aquella acuosa tarde de invierno sin embargo era algo que le gustaba. Paseaba por las calles sin un rumbo fijo, como forma de entretenimiento. Miró hacia la esquina y se sorprendió al ver que ya no estaba aquel puestecillo de perritos calientes, esa pequeña cabina donde una amable anciana se ganaba el pan vendiendo deliciosos perritos, justamente al lado de un bar. Una sensación de tristeza la invadió y sus labios dejaron escapar un leve suspiro; Entonces una lágrima resbalo por su mejilla y decidió sentarse en uno de los bancos que allí había. Centraba su mirada en el espacio vació que quedó, en el espacio donde se encontraba su puesto y empezó a recordar.

La primera vez que probó uno de sus perritos tenía tan sólo 14 años. Desde aquel día siempre fue a comprarle cuando le apetecía llenar algo el estómago. Ninguno en toda la ciudad sabía mejor que los suyos, ninguno le ganaba. Ella le añadía un ingrediente que lo hacía más apetitoso aún, el cariño y la dulzura que la carazterizaban. Era bajita, con gafas y muy sociable. Una pequeña barrita de pan caliente y tierna que abría por el centro y rellenaba con tomate; A continuación incluía dos salchichas, una servilleta y listo para comer. Como era una clienta frecuente siempre le hacía descuentos. Uno de esos días se sorprendió, la conversación giro en torno a un terreno más personal. Por sus apellidos, la anciana tuvo la intuición de quien era su abuela y acertó. Resultó que ella era muy amiga de su abuela y eso le hizo sentirla más cercana, casi como una amiga. 

Pasaba a menudo por allí y aunque había días que no compraba siempre se saludaban. Un día cualquiera observó un comportamiento extraño por parte de un grupo de jóvenes, aunque no le daba mucha importancia no queria apartar la vista. En un descuido, oyó un fuerte golpe y vio a los jóvenes salir corriendo , uno de ellos llevaba algo. En ese momento salió disparada hacia el puesto de la anciana. La habían tirado al suelo, la pobre mujer llorando decía que se habían llevado el cajón donde guardaba las ganancias. Sin dudarlo ella fue tras el grupo de jóvenes enfurecida y consiguió alcanzar al que llevaba el cajón. Los dos tropezaron y ella se partió el labio. Con la sangre resbalando por su barbilla cogió al joven y le gritó llena de ira que soltara el cajón, le hizo pensar en lo que había hecho, no sólo en el hecho de haber intentado robar a una anciana que ya era algo despiadado sino haberla empujado, el chico comenzó a llorar diciendo que el no había sido, pidió perdón y le devolvió el cajón. Los otros dos estaban a lo lejos contemplando la escena. ¡Cobardes! les gritó. Él salió corriendo y ella volvió hasta el puesto de la anciana.

La mujer se horrorizó al ver a la chica. Seguía llorando. Ella la ayudó a levantarse y le devolvió su cajón. La anciana se sintió muy agradecida y la abrazó. Ya era para ella como una nieta. Desde ese día estaban muy unidas. Cuando iba a comprarle perritos la anciana siempre le rechazaba el dinero, aunque ella se lo dejaba siempre en la encimera y se iba antes de que se lo devolviera. 

Hoy sólo le quedan los recuerdos. El mejor puesto de perritos calientes ya no existe. Ya no sabe nada de ella, si le ha llegado su hora, espera que este bien allá arriba en el regazo de Dios, que esté sonriendo tal y como ella siempre la recordará.


Pluma de Pintura.

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