Aquella noche del 30 de agosto de 1993, las campanas del reloj informaban que eran las once, cuando los médicos ayudaban a mi madre a traerme al mundo. Mi padre entretanto, recorría de arriba abajo la galería del Hospital de Sant Joan, de la ciudad catalana de Reus. El esperado momento llegó y envuelta en suaves mantas me sacaron. Mi padre fue el primero en verme, y entre lágrimas y sonrisas me sostuvo en brazos. De aquella habitación donde tuvo lugar mi llegada, salió mi madre, que al avistar a mi padre completamente emocionado, un esbozo de sonrisa se dibujó en su cara. Aquella noche recibímos en casa muchas visitas de familiares que querían verme y felicitar a mi madre. Más tarde mis padres se encontraban muy cansados y me metieron en la cuna, ¡qué blandita era! estaba rodeada de peluches por todos lados. Mis padres me dieron los besos de buenas noches y me quedé dormida.
A la mañana siguiente, en mi primer día de vida, miraba para todos lados. El mundo era algo nuevo para mí, como un baúl sin fondo que iba rellenando con las cosas que aprendí a medida que crecía.
2 comentarios:
Creo que las plumas nacimos para escribir. Me encanto tu breve prosa. ¡Magnífica!
Saludos cordiales,
Aída
¡Cuánta razón llevas amiga!
Un fuerte abrazo.
Publicar un comentario